¿quién dijo miedo?
¿Quién iba a pensar que una isla del Caribe, imagen prototípica del paraíso, podría convertirse en el mismísimo infierno? Esto mismo debían creer Susan y Daniel, los protagonistas de "Open Water", cuando planeaban sus vacaciones. Pero es que lo más seguro es que en sus planes no entrara una actividad que consistiera en el abandono accidental en medio del mar.
La historia de "Open Water" es así de simple y no narra más que esto. Y se agradece, la verdad. Aquellos que quieran ver un alarde de efectos especiales y diálogos absurdos que no llevan a ninguna parte, por favor, que cambien de sala o alquilen la infame "Deep Blue Sea".
En este film lo que importa es la soledad, la impotencia, que sienten dos personas abandonadas a su suerte en medio del océano, con el agua al cuello y rodeados de hambrientos escualos. La mayor parte del metraje es un plano de la pareja en medio del mar obsequiando al espectador con una serie de conversaciones (para mí, una de las joyas de la película) que pasan del absurdo momento de histeria de "la culpa es tuya" a "la idea de venir aquí fue tuya", pasando por un inevitable (aunque no menos estúpido) momento de enfado femenino en el que Susan recompensa a Daniel con un incomprensible silencio.
Pondré en tela de juicio la calidad cinematográfica de la película, pero en este caso (y que no sirva de precedente) es lo de menos. Lo importante aquí es la intención. La intención del director de querer que el espectador se involucre. Y creo que lo consigue. Durante la escasa hora y media que dura "Open Water" (otro punto a favor: su metraje, puesto que hoy en día muchos han adoptado la teoría, errónea, de "a mayor duración, mayor calidad") el realizador consigue que sintamos la insignificancia del ser humano. El mar (y quien dice el mar, dice la naturaleza en general) no entiende de riquezas ni de posesiones, y ante él todos somos iguales (igual de pequeños e insignificantes, repito).
La historia de "Open Water" es así de simple y no narra más que esto. Y se agradece, la verdad. Aquellos que quieran ver un alarde de efectos especiales y diálogos absurdos que no llevan a ninguna parte, por favor, que cambien de sala o alquilen la infame "Deep Blue Sea".
En este film lo que importa es la soledad, la impotencia, que sienten dos personas abandonadas a su suerte en medio del océano, con el agua al cuello y rodeados de hambrientos escualos. La mayor parte del metraje es un plano de la pareja en medio del mar obsequiando al espectador con una serie de conversaciones (para mí, una de las joyas de la película) que pasan del absurdo momento de histeria de "la culpa es tuya" a "la idea de venir aquí fue tuya", pasando por un inevitable (aunque no menos estúpido) momento de enfado femenino en el que Susan recompensa a Daniel con un incomprensible silencio.
Pondré en tela de juicio la calidad cinematográfica de la película, pero en este caso (y que no sirva de precedente) es lo de menos. Lo importante aquí es la intención. La intención del director de querer que el espectador se involucre. Y creo que lo consigue. Durante la escasa hora y media que dura "Open Water" (otro punto a favor: su metraje, puesto que hoy en día muchos han adoptado la teoría, errónea, de "a mayor duración, mayor calidad") el realizador consigue que sintamos la insignificancia del ser humano. El mar (y quien dice el mar, dice la naturaleza en general) no entiende de riquezas ni de posesiones, y ante él todos somos iguales (igual de pequeños e insignificantes, repito).
3 comentarios
holly -
el momento samuel l. jackson también me gusta...
un beso!
Mire -
Mire -
Un beso, nena!